"Silba el viento dentro de mí.
Estoy desnuda. Dueña de nada, dueña de nadie,
ni siquiera dueña de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que golpea mi cara."
La Ventolera. Eduardo Galeano (en el Libro de los Abrazos, 1989)
" 24 de abril de 1905
Muchos están convencidos de que el tiempo mecánico no existe. Cuando pasan por delante del gigantesco reloj de la Kramgasse no lo ven; tampoco oyen sus campanadas mientras envían paquetes desde la Postgasse o caminan por entre las flores del Rosengarten. Llevan relojes de pulsera, pero sólo como adorno o por cortesía a quienes se los han regalado. No tienen relojes en sus casas. En cambio, escuchan los latidos de su corazón. Atienden al ritmo de sus deseos y estados de ánimo. Comen cuando tienen hambre, acuden a su trabajo en la sombrerería o en la farmacia cuando despiertan, hacen el amor a todas horas. Estas personas se ríen de la idea de un tiempo mecánico. Saben que el tiempo se mueve a saltos y sacudidas. Saben que el tiempo avanza con una carga a la espalda cuando llevan deprisa al hospital a un niño lastimado o sostienen la mirada de un vecino víctima de una injusticia. Y saben que el tiempo vuela a través de su campo visual cuando comen a gusto con sus amigos o reciben un elogio o yacen en los brazos de un amante secreto.
Y luego están los que piensan que sus cuerpos no existen. Viven conforme al tiempo mecánico. Se levantan a las siete en punto de la mañana. Comen a mediodía y cenan a las seis. Llegan a sus apartamentos a cierta hora precisa que marca el reloj. Hacen el amor entre las ocho y las diez de la noche. Trabajan cuarenta horas por semana, leen el domingo el periódico dominical y juegan al ajedrez los martes por la noche. Cuando su estómago se queja, miran el reloj para saber si es hora de comer. Cuando se distraen durante un concierto, miran el reloj para saber a qué hora volverán a casa. Saben que el cuerpo no es obra de una magia desatada, sino de un conjunto de materias químicas, tejidos e impulsos nerviosos. Los pensamientos sólo son chispas eléctricas en el cerebro. La excitación sexual es la afluencia de ciertas sustancias químicas a ciertas terminaciones nerviosas. La tristeza es una pequeña cantidad de ácido que atraviesa el cerebelo. En suma, el cuerpo es una máquina sujeta a las mismas leyes de la electricidad y la mecánica que un electrón o un reloj. Por esta razón debe conversarse con el cuerpo en el idioma de la física. Y si el cuerpo habla, sólo es en el lenguaje de las palancas y las fuerzas. El cuerpo es algo que no se debe obedecer, sino someter."
En los Sueños de Einstein, de Alan Lightman.
Y sigue el cuento con que ambos tiempos conviven en un mismo mundo, pero de forma paralela... sin tocarse... Y es que si últimamente (a veces o incluso casi siempre) estoy triste es que es lo que hay, y toca... y me olvido de los 'debos' y 'tienes que...'. Sé que os cuesta verme así, pero esa es la cuestión, que desde hace tiempo, quizás toda mi vida consciente, me da 'la ventolera': soy el viento que golpea mi cara, y me cuesta... Pero escribo, o hablo con vosotras, y río, y sigo... Contenta de (intentar) seguir ese tiempo corporal que ya sabeis que me domina...
Y vaya, que espero que, aparte del 'aviso para navegantes' -mis navegantes queridos/as, que conmigo caminais y co-habitais este 'sinsentido' de la vida sometido a los del tiempo mecánico (Momo, ¿dónde te fuiste?)-, espero, decía, que esta entrada os guste a todas por los dos textos que me vinieron hoy, de nuevo, a la mente y el corazón (que dice también Eduardo Galeano que recordar, del latín re-cordis, es volver a pasar por el corazón...)
Como siempre: ya saben que se les quiere :-)
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